El lugar donde escribo

Mi recámara-estudio
Mi recámara-estudio

¿Dónde escribo? En mi cuarto, casi siempre. Una mesa de madera, una silla también de madera y ruidosa, un cojín sobre el asiento. Mi laptop sobre un colchón para enfriamiento de la batería.

Libros sobre la mesa recargados contra la pared donde veo títulos que prometen enseñarme el arte del bonsái, cómo escribir novelas o esas partes de la ciudad de México que Fabrizio Mejía describe con tanta lucidez. Literatura y ensayos que veo día a día, noche a noche, complementan los otros libros que están en la parte superior de la cómoda, a unos centímetros de la mesa, donde coloco los de novela negra. Dos porta revistas que contiene mis cuadernos de notas, copias e impresiones de documentos que me interesan, unos DVD encima de los libros.

Un pizarrón blanco con los nombres de los días de la semana y cinco espacios bajo cada uno de ellos delineados en color negro. En la parte superior izquierda la palabra Mes al inicio del renglón, invitando a escribir con plumón lavable el nombre correspondiente.  Algunas anotaciones mías en color negro y azul, un número de 4 cifras que ya no recuerdo que significa. En las casillas de lado derecho, las más cercanas a mi cuando escribo,  números de tres y dos cifras separados con un guión que me dicen el número de palabras y el día que las he escrito. Doce anotaciones escritas a diferentes colores, sin algún orden en particular.

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Buscando novia – el inicio

Busco novia
Busco novia

Buscar novia. Gringa, blanca, rubia, ojo azul, lindas piernas. A fin de cuenta estoy  viviendo en Gringolandia y en una ciudad donde abundan las güeras. Si, esto es lo que obliga y hay que anexarlo a esa lista de cosas por hacer antes de morir.

Es un buen momento de iniciar la nueva vida ¿y que mejor forma que tener novia, que caray? Vamos pues. Que esto sea anexado a mi ToDo list, wish list, bucket list. Ni modo, aceptar el hecho que a los 59 cumplidos ya la calaca anda no muy lejos.

Desconociendo la ciudad y no contando con mucho tiempo libre, la primera opción fue hacer una búsqueda en línea.  Si soy un amante de  ciertas tecnologías de este siglo, ¿porque no aprovecharlas para afianzar los lazos de unión mestizo-anglo? Sea pues. A tirarme un clavado a la red de redes.

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Voodoo Donas

La marquesina
La marquesina

¿Se te antojan unas donas totalmente veganas, o mejor aún, cubiertas con tocino? O quizás las prefieras cubiertas con esos cereales para niños (Fruit Loops). O de plano, si estás preparándote para una fiesta, ¿que tal te vendría un ataúd de madera lleno de donas de todas formas y sabores? Pues todo esto puede ser real si vas a Portland, Oregón. Además, si eres emigrante, tantos sabores y colorido quizás faciliten tu proceso de integración aceptación a la nueva realidad.

Las donas son populares en Portland, pero no cualquier tipo de donas. Las Voodoo Doughnut son las apreciadas, las queridas. Son casi un símbolo de la ciudad. Y esto lo descubrí a mi manera, una calurosa tarde de agosto.

Dicen que todo lo bueno cuesta y no siempre es dinero. Y en el caso de las donas del Voodoo, esto es más cierto pues para comerlas debes estar dispuesto también a hacer fila y esperar un mínimo de 20 minutos a que te atiendan. Las filas son largas, las esperas también. Pero tu recompensa vendrá empaquetada en unas cajas color rosa, con dibujos de claveras -que a mis ojos parecían más al estilo de Posadas que al Halloween- y con la leyenda impresa que dice: “Good things comes in pink boxes”, la misma que despliega la marquesina del negocio.

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Hombre de principios

¿Propósitos incumplidos?
¿Propósitos incumplidos?

Mi objetivo para este año que recién inicia es muy simple: leer mucho y escribir más.

Publiqué en este mismo blog mis propósitos para este 2014, una lista de mis buenas intenciones en lo que a lectura y escritura se refiere. Para cumplir con mi propuesta creo contar con los elementos básicos necesarios: una buena cantidad de libros y muchas historias almacenadas en mi interior, además de algunos años de ejercicio en esto de teclear palabras en mi computadora. Esto aunado a una estimulante alegría interna y unos profundos deseos por escribir que cada vez me son más difíciles de contener.

Los libros casi todos en formato digital, lo que propicia poder leer a casi cualquier hora y en casi cualquier lugar. Ventajas de los modernos PDA- asistente digital personal. De las historias que deseo contar algunas están dibujándose en mi mente y otras más están por romper el cascarón, intentando nacer desesperadamente. Las menos iniciaron ya su transformación en palabras escritas, de esas que forman mundos mejores desde el momento en que tiene el valor de salir de su encierro.

Este cuarto día del mes de enero, me veo el 31 de diciembre de 2014 con una sonrisa en mi rostro, satisfecho por haber llegado a las meta propuesta trescientos sesenta y cinco días atrás. La mesa está servida. Los manjares se ven deliciosos, en espera ser degustados y digeridos, ansiosos por proporcionarme ese combustible interno tan necesario para vivir.  Como ves todo parece perfecto. Bueno, casi perfecto, porque siempre ha de existir algún pequeño problema.

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Caminar de 3/4

Jim Morrison, de 3/4
Jim Morrison, de 3/4

Hace unos días me vinieron los recuerdos de mi adolescencia y con ellos la de aquella curiosa forma de  caminar que algunos llamaban de 3/4.

Quienes tuvimos la suerte de ser jóvenes a finales de los 60s y principios de los 70s  en la ciudad de Ensenada podremos recordar algunas de las  conductas de aquellas épocas. Nuestra forma de vestir, hablar o comportarnos tenía características especiales, producto del momento y de la ciudad misma. Aunado a esto tenía una edad en que la moda era importante, en la que ser diferente y único adquiere dimensiones impensables en otras etapas de la vida y que se reflejan en todos y cada uno de nuestros actos, inclusive en nuestra forma de caminar.

El origen de este particular caminadito o su creador, si es que hubo alguno, me son desconocidas. Pero puedo dar fe de que alguna vez la practiqué y la verdad me hacía sentir como torero debutando una tarde de domingo en la Plaza de Toros de las Ventas, en Madrid. Me sentía atractivo, conquistador, objeto de la vista de las muchachas que en aquellos años caminaban por esas calles de Ensenada y claro, objeto de la envidia de los jóvenes que no se atrevían o no sabían caminar de esa forma. Me sentía chingón, pues.

De seguro recuerdas que en aquellas épocas las fotografías en blanco y negro eran algo de uso común. Para solicitar muchos de los trámites oficiales o para otorgarte cualquier credencial que te identificara, las exigían. En las escuelas eran uno de los requisitos indispensables.
En cuanto a la posición del sujeto frente a la cámara, las había de frente, de perfil y de 3/4. En la de frente, tu cara mirando hacia la cámara. En la de perfil, tu cara volteada hacía el lado izquierdo. En la de ¾, tu cara orientada a un punto intermedio entre estas dos posiciones anteriores. En los tres casos, la vista siempre dirigida en la dirección en que se orientaba la cabeza.

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¿Yo escritor?

Maquina de escribir Underwood. ME Cruz.
Máquina de escribir Underwood.

Me gustaría decir que desde mi niñez ocurrió, que siempre lo supe, que fue para mí algo natural como les ha ocurrido a muchos otros. Pero no fue ese mi caso.

Esto de ser escritor se dio de forma totalmente accidental, sin yo imaginarlo siquiera y sin haberlo deseado realmente. Pasaron casi cuarenta años de mi vida sin pensarme capaz de serlo, sin nunca haber imaginado ser participante activo. Muchos años en los que mi contacto con la literatura había sido solamente como lector, como espectador, porque desde temprana edad me ha gustado leer y desde que recuerdo en mi casa ha habido libros, aunque la verdad sea dicha, no todos de literatura.

Pero este estatus exclusivo de lector cambió el día que vi aquel poster en una librería de mi ciudad en el que se anunciaba un curso para escritores. Fue una época en que escribir reportes y documentos en mi trabajo  exigía un cierto nivel de redacción que creía no tener. Que los cursos tendrían como sede La Casa de la Cultura, explicaba aquel anuncio, y daban la fecha de inicio. Tome las referencias, incluido un teléfono y me propuse asistir para aprender a redactar textos de la forma más correcta posible.

Después de algunos intentos fallidos para localizar a los convocantes obtuve por fin los requisitos para ser aceptado, los costos, las fechas y horarios del curso. Las clases se impartían de ocho a diez de la noche lo cual se me acomodaban, el costo era muy accesible, los requisitos de ingreso los reunía. ¿Qué llevo?, algo con que escribir y ganas, me respondieron, así que me presente el primer día de clases con una libreta de taquigrafía, algunas hojas blancas, un lapicero y una pluma de tinta azul.

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Cambiar por piña colada

Bebida Preparada
Bebida Preparada – piña colada

Teníamos que cambiar nuestro comportamiento. Esa fue nuestra conclusión en cuanto empezó a aminorar la maldita cruda, después de aquella tremenda borrachera de la noche anterior. Si, ya con algunas cervezas bien frías y después de haber comido un delicioso caldo de borrego caliente y picoso la vida de ve diferente, se ve mejor. Mi somnolencia me hizo desear que pronto aparezca la noche y  dormir bien. Mañana la cruda será solamente un recuerdo, me cae que si.

La promesa hecha salvo el día de ser una ruina total además que las cervezas y el platillo borrego comprado en el mercado sobre ruedas, aminoraron los arrepentimientos. Y de que hubo cambios como consecuencia del pacto, los hubo. Aunque no fueran los que inicialmente imaginamos.

Es que nuestro comportamiento como bebedores no era el que deseábamos o el que se esperaba de nosotros, personas jóvenes e inteligentes. Como que casi siempre nos excedíamos en  nuestro comportamiento. Y ese casi siempre era para mal.

Por eso nuestra preocupación por cambiar, por hacer algo para que nuestras borracheras fueran mejor, más agradables para nosotros y para nuestros acompañantes en turno. Y quizás con este cambio de rumbo también lograríamos que las crudas morales disminuyeran y ya no provocaran tanto escozor la mañana siguiente. Tu sabes, esas crudas morales que hacen pensar: “..la cagaste, mi buen. Y la cagaste feo”.

En fin, que en aquella plática de dos amigos crudos el día después de habernos embriagado como Vikingos  antes de la batalla, concluimos que algo teníamos que hacer para que nuestras borracheras fueran menos corrientes.
Porque has de saber que cuando estábamos tomados nos daba por sentirnos agredidos y respondíamos violentamente. Nos daba por buscarles pleito a otras personas, para demostrar nuestra bravura y enfatizar el hecho de que a nosotros se nos debía respeto. Y bueno,  has de imaginar acertadamente que esta actitud nos causaba muchas enemistades, sobre todo porque ya borrachos nuestra clasificación de “me agreden” se estrechaba mucho y nos hacía alterar la paz de la fiesta a causa de hechos insignificantes que nuestras mentes magnificaban… y nos declaraban “persona non-grata”  los anfitriones en turno.

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Portland y mi memoria de teflón

Tocando harmónica en el festival
Tocando harmónica en el Festival de Blues de Portland, Oregon.

En algunos aspectos de mi vida mi memoria es muy selectiva o de poco alcance, para algunos efectos prácticos.  De teflón, pues.

Verán, me es muy difícil, por ejemplo, recordar el nombre de las personas que recién conozco. En algunas ocasiones he pasado por situaciones embarazosas al confundir sus nombres o asignar algunos otros que nada tienen que ver con ellas. Y me ocurre con quienes tengo ya establecida alguna relación de trabajo o cierta amistad.
Acordarme de las fechas tampoco es mi fuerte. No recuerdo la fecha de cuando hice ese viaje tan especial, cuando ocurrió ese acontecimiento importante en mi trabajo o en mi vida personal, en que fecha conocí a tal persona o cuando se vencen mis cuentas por pagar. También olvido frecuentemente las fechas de citas o eventos a los que quiero asistir.

Y lo de las fechas es quizás la parte más crítica de mi desmemoria porque no recuerdo, por ejemplo, la fecha de nacimiento de mi madre, la de mi padre, la de mis otros parientes ni la de mis amigos cercanos. En verdad que los únicos aniversarios que recuerdo son los de mis hijos, de mis hermanas, de mis tres nietos y los de tres de mis grandes amigos.  Y esto en sí mismo es una desgracia para un hombre de casi sesenta años de vida, porque en tantos años tengo la dicha de contar con mucha gente que realmente significa algo para mí pero de la cual olvido la fecha de sus cumpleaños.

Otra de las manifestaciones de mi memoria de teflón es que algunas veces estando en mi casa, siento la urgente necesidad de hacer algo en un lugar diferente al que me encuentro. Por ejemplo, estoy en mi cuarto y necesito ir a la sala por ese libro en el que estoy seguro encontraré la referencia que necesito para algo que estoy haciendo. Me levanto, voy a la sala y ¡POW!, se me olvido cual era el objetivo de mi viaje. Tengo que recorrer mis pasos de regreso al punto de partida para que la memoria se reactive.

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