De todos los presentes quienes se mostraban más felices, en su ambiente, eran los brasileños. Esta tarde el lugar del evento les pertenecía, era de ellos, era su música. Y no es que los no brasileiros estuvieran a disgusto pero esta fiesta era de los que tenían el portugués como lengua madre, de los que que consideran el fútbol como una religión, los paisanos de Pelé y de Antônio Carlos Jobim.
Enseguida, casi pegados a nosotros, había algunos de ellos. Eran más mujeres que hombres. Algunas parejas también. Tomando el vino en copas de vidrio, degustando quesos, carnes frías, verduras preparadas como entremeses. Panes por aquí, algunas aguas o bebidas refrescantes por allá. Zapatos, platos desechables, manteles y cobertores en el césped para sentarse sobre ellos.
Platicaban en portugués, salvo cuando era presentado algún recién llegado. A estos fuereños se dirigían en inglés y saludaban formalmente dando la mano. Los abrazos al parecer estaban reservados a los paisanos. A los demás se les saludaban cálida, aunque formalmente.
“Algunos de ustedes, brasileños, recordarán a Xuxa….”
Dijo Katia al micrófono. “Me da un gusto enorme saludar a una amiga aquí presente, quien trabajo como productora de algunos de sus shows…” Su brazo señalo a la mencionada, quien mandaba besos y aplaudía con los brazos muy pegados a su cuerpo y sus manos muy cerca a su boca. Rubia, delgada, de baja estatura, mostraba mucha emoción al recibir el reconocimiento de la cantante. Con sus manos juntas, formando una especie de cavidad con la que cubría su boca, mandaba de vez en vez besos o aplaudía el gesto de Katia.
Descalza, al igual que las demás mujeres de ese grupo, se paraba de puntas para seguir el ritmo de las melodías. Su pantalón blanco claro dejaba ver una ropa interior muy diminuta y sus carnes alrededor de la cintura parecían asomarse a ver a los presentes.
Todos los del grupo eran blancos, algunos rubios, otros con pelo negro. Una de las mujeres mostraba un cuerpo que parecía haber sido cincelado por escultor viejo, de esos que saben de la belleza de los glúteos grandes y redondos. En piedra habría esculpido esas carnes para hacerlas así de firmes, de duras. Era de muy baja estatura, pelo negro, pantalón blanco, pies diminutos con dedos redondos y muy cortos. Las facciones de su cara eran elegantes, sus ojos claros, con pestañas que los enmarcaban para resaltar más los rasgos felinos. Riendo, charlando, saludando, dando traguítos a su copa despacio, con el meñique levantado.
Cuando la pista empezó a llenarse ellas bailaron, descalzas todas, las chaparritas apoyadas sobre las puntas de sus píes. La de rasgos felinos con la espalda muy derecha, los brazos apoyados en su pareja, platicando con él. De la cintura hacia abajo, sus caderas parecían aspas de batidora, movimientos rápidos y enérgicos. Sus carnes apanas vibraban, casi nada. Sus diminutos píes sostenían gustosos su pesos y movimientos, siempre de puntillas. Tenía que dirigir la vista a lo alto para mirar a su compañero, quien de vez en vez le levantaba uno de sus brazos y la hacía girar una y otra vez.
Era un gusto verlas bailar, alegres, sin poses de bailarina, espontáneas, para ellas mismas, disfrutando. Anticipaba la melodía, seguía sus letras, tal vez como tributo a su compañero de baile. En su boca la sonrisa. En sus ojos esa mirada de seguridad, de saberse en el lugar apropiado. Era para ellos Brasil en Los Ángeles.
Curioso. Estos brasileños hablan inglés sin acento, sus ropas y estilo no muestran penurias económicas extremas. Casi pudiera apostar que ellos llegaron a USA aterrizando en algún aeropuerto de ciudad grande. Con pasaporte, no por el cerro en manos de un coyote. Y el color de piel también los delata, dice que son de los Happy Few de Brasil. Estos no actúan como de las favelas.
Y mientras hacía estas reflexiones, el tipo que tocaba el saxofón mostraba lo que es ser un músico con feeling, la cantante endulzaba la tarde con esa voz que se antojaba hecha para decir palabras de amor y todos los presentes bailaban con esas ganas de ser poseídos por esas melodiosas ondas sonoras.
Y dentro de mi la duda cada vez era más grande. ¿Qué es prioritario? ¿A cual hago caso? ¿Ver o escuchar? ¿Seguir mis sensaciones visuales o las sonoras?. Dudaba, evadía, recapitulaba. No sabía si dejarme ir al escuchar la bella voz de la cantante o ver las bien definidas formas de aquellas nalgas caderas de una brasileña chaparrita, que un día de julio decidió que era buena idea bailar en el LACMA.
¡Híjole, que calor!
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