Teníamos que cambiar nuestro comportamiento. Esa fue nuestra conclusión en cuanto empezó a aminorar la maldita cruda, después de aquella tremenda borrachera de la noche anterior. Si, ya con algunas cervezas bien frías y después de haber comido un delicioso caldo de borrego caliente y picoso la vida de ve diferente, se ve mejor. Mi somnolencia me hizo desear que pronto aparezca la noche y dormir bien. Mañana la cruda será solamente un recuerdo, me cae que si.
La promesa hecha salvo el día de ser una ruina total además que las cervezas y el platillo borrego comprado en el mercado sobre ruedas, aminoraron los arrepentimientos. Y de que hubo cambios como consecuencia del pacto, los hubo. Aunque no fueran los que inicialmente imaginamos.
Es que nuestro comportamiento como bebedores no era el que deseábamos o el que se esperaba de nosotros, personas jóvenes e inteligentes. Como que casi siempre nos excedíamos en nuestro comportamiento. Y ese casi siempre era para mal.
Por eso nuestra preocupación por cambiar, por hacer algo para que nuestras borracheras fueran mejor, más agradables para nosotros y para nuestros acompañantes en turno. Y quizás con este cambio de rumbo también lograríamos que las crudas morales disminuyeran y ya no provocaran tanto escozor la mañana siguiente. Tu sabes, esas crudas morales que hacen pensar: “..la cagaste, mi buen. Y la cagaste feo”.
En fin, que en aquella plática de dos amigos crudos el día después de habernos embriagado como Vikingos antes de la batalla, concluimos que algo teníamos que hacer para que nuestras borracheras fueran menos corrientes.
Porque has de saber que cuando estábamos tomados nos daba por sentirnos agredidos y respondíamos violentamente. Nos daba por buscarles pleito a otras personas, para demostrar nuestra bravura y enfatizar el hecho de que a nosotros se nos debía respeto. Y bueno, has de imaginar acertadamente que esta actitud nos causaba muchas enemistades, sobre todo porque ya borrachos nuestra clasificación de “me agreden” se estrechaba mucho y nos hacía alterar la paz de la fiesta a causa de hechos insignificantes que nuestras mentes magnificaban… y nos declaraban “persona non-grata” los anfitriones en turno.
Claro que una vez corridos del lugar los agresiones no paraban, ahora si justificadamente según nuestro entender pues este par de compadres no solíamos ser borrachos de esos de los que te puedes deshacer fácilmente. Al menos, tal y como lo mandaba la tradición, mentarles la madre a los que nos sacaban del lugar era menester, que caray.
Total que ese domingo manifestamos el firme propósito de cambiar y después de un sesudo análisis concluimos de que el tipo de bebidas que ingeríamos era la variable de la cual dependía nuestro actuar. Y llegamos a esa conclusión después de recordar una fiesta en la que nos portamos como gentes decentes. Dos fiestas, mejor dicho, a las que habíamos asistido por separado, pero en la que tuvimos los mismos resultados: portarnos como si fuésemos decentes.
La característica de los dos eventos fue que en ellas se sirvieron bebidas preparadas. Tu sabes, esas en las que los tragos se sirven en vasos especiales para tal efecto, que se acompañan con hielos y en las que se mezclan los licores y líquidos acompañantes en las proporciones correctas. Si, de esas que te las ofrecen con una raja de limón o una ramita de yerba buena o con escarcha en el borde de la copa. Y con un porta vasos para que no manches el mueble en la que apoyas la copa cuando no la estás bebiendo, faltaría más.
Todo este protocolo como has de imaginar,era algo inusual para nosotros, acostumbrados a beber más por el efecto que por el disfrute a la bebida. Cerveza en presentación caguama era la elección obligatoria para ser bebida directamente de la botella. O si licor, pues el más barato o el que estaba en oferta en el supermercado, en vaso de plástico mezclado con cualquier otro liquido que los diluyera.
Además en nuestros convivios particulares no se trataba de beber, platicar, pasar un rato agradable y luego ausentarte de la fiesta o irte a atender alguna de esas múltiples actividades necesarias cuando tienes que hacerte cargo de tu vida de estudiante. No señor. Con nosotros era beber y dejar de hacerlo hasta que la borrachera te hacia “ponerte burro”, ese mágico punto en que la conciencia se pierde cuando llegas al tope de tu resistencia alcohólica.
Y pues comparando esas dos maneras de beber la conclusión nos resulto clara: si nuestro objetivo era cambiar, lo apropiado era tomar bebidas preparadas.
“Y yo aprendí como se hace la piña colada, compadre” me dijo con una sonrisa en su cara. Problema resuelto, conteste… y acordamos beber piña colada el fin de semana siguiente. Como esos que toman y no se pelean. Como gente decente, pues.
Llegó el sábado y directo al supermercado del barrio con la lista de ingredientes que nos quitaría del mal camino. “Crema de coco, jugo de piña, piña fresca, ron, hielos”, dijo mi compadre. “Esta fácil, compa. De todo tienen en el Sumesa“. Sale y vale.
Agarramos la crema de coco, sonrientes y platicando nos fuimos al área de licores. “Que sea Bacardí blanco” dijimos. Pero cuando vimos los precios nuestra cara mostró tristeza: estaba muy caro para nuestras posibilidades económicas.
Acariciando la botella, le daba vuelta en las manos y nos miramos indecisos. El Ron no era lo indicado, coincidimos sin hablarlo. “¿Como ves con un tequila compadre?” me dijo “Blanco, pa’que no se note tanto la diferencia con el ron”, le respondí casi de inmediato. Y agarramos un litro de tequila Sauza, mucho menos costosa que aquel Ron antillano. En aquellos años de los ’70 del siglo pasado se tomaba tequila cuando no te alcanzaba para otro licor. No como ahora que es una bebida para conocedores.
En el departamento de verduras las piñas estaban muy resecas y caras, pero la sandía estaba en oferta. Grandes, se veían jugosas y estaban a muy buen precio según testificaba el cartel escrito con plumón sobre cartulina blanca. Nuestras miradas se cruzaron y sin mucho que argumentar pareció buena idea cambiar de elección. A fin de cuentas era fruta, ¿que no?. Con otra ventaja: una vez desechada la piña ya no era necesaria la crema de coco. Otro ahorro para bolsillos sin dinero.
Con tequila y sandía en nuestro poder, contentos y charlando amenamente nos fuimos a casa dispuestos a preparar comida y emborracharnos con ingredientes decentes. Este fin de semana beberíamos tragos preparados. No caguamas, no brandy barato.
Le abrimos un pequeño triángulo en la sandía con un cuchillo, extrajimos la parte cortada y posteriormente con una cuchara le quitamos algo de pulpa y vertimos tequila en su interior. “Para que se fermente compadre, mientras está lista la comida”, “Si, que se fermente el tequila pa’ que agarre fuerza”.
En el transcurso de la preparación de los alimentos y la comida visitamos en múltiples ocasiones aquella mágica sandía que fermentaría el tequila, probando su contenido y atestiguando el hecho con comentarios como “ya mero queda”, “ya esta agarrando sabor” “se siente que esta fermentando”.
Y sacamos más pulpa del interior, y vertíamos más y más tequila en aquella cavidad cada vez más profunda en el interior del fruto de cascara dura y verde.
Nuestro proceso de fermentación del tequila por contacto con aquella pulpa roja y dulce de la sandía nos hizo sentir especiales, creativos, innovadores. Mientras ingeríamos nuestros sagrados alimentos ese proceso que llegó a durar hasta quince minutos por ración vertida, nos vistió con la túnica de excelencia en técnicas de fermentación de licores según lo entendimos en ese momento.
Y después de mucho catar el tequila y mucho beberla, la borrachera llegó. No como la esperábamos, pero se dio. A la mañana siguiente me desperté con residuos del azucarado y rojo jugo que había estado escurriendo por mis manos y brazos, a más de semillas negras pegadas a mi piel. El dolor de cabeza era tremendo, el sabor de mi boca de lo peor. Lo pegajoso de los escurrimientos en mi cuerpo aunados con las manchas en la ropa, daba asco.
Mi compadre y yo nos saludamos al despertar y no hablamos en un largo rato. Estoy seguro que la razón de este mutismo era el convencimiento de que las bebidas preparadas no era para nosotros. Se acabó nuestro sueño de cambio.
Pero el fracaso no fue total a pesar de todo. Como en esa noche de experimentos como bartender no le tiramos bronca a nadie, al menos la ruda moral no fue grave. Cierto es que solamente tomamos nosotros dos, así que no había nadie con quien desquitar nuestras frustraciones.
Con un “como que esta cabrón” lo dijimos todo. Esa expresión nos regresó a la realidad inmediata y nos cortó el camino de ingreso a “beber como los otros”. Nunca más volvimos a tocar el tema, nunca a plantearnos elaborar otro tipo de bebidas diferentes a las que acostumbrábamos.
Supimos, sin decirlo siquiera, que en el fondo realmente no había remedio para nosotros. Que nuestro objetivo era beber para emborracharnos. Siempre. En toda circunstancia. Que seguiríamos siendo corrientes, pues.
¿La moraleja? Si alguna, que no era lo mismo piña colada que “tequila fermentada” en sandía grande y dulce. Aunque este fruto haya sido traído directamente desde Michoacán.
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